Vía el Banco Mundial. En este mundo en el que la digitalización de los datos parece que reduce las posibilidades de cometer errores contables, es muy habitual que los datos de comercio internacional discrepen entre los que registra un país importador y el país que le ha exportado esos bienes. Un ejemplo clásico: En 2018, EEUU registró unas importaciones procedentes de China de 563.000 millones de US$. China registró que sus exportaciones a EEUU habían sido de 480.000 millones de US$. O sea, una discrepancia del 15%. Gigante. Y normalmente la discrepancia se mueve así: las importaciones son muchos mayores que las exportaciones.
¿Por qué? Parece que hay varios motivos:
- Los métodos de valoración en frontera (incluyendo, o no, los fletes, seguros,...).
- Las re-exportaciones, que llevan a que un producto importado pueda ser registrado con un origen que realmente no es el punto de partida de la mercancía.
- Fraude fiscal, que puede llevar a infravalorar los flujos comerciales para reducir la carga de los aranceles o de barreras no arancelarias. A este respecto es muy interesante el reciente ejemplo de Madagascar (y aquí).