viernes, 22 de julio de 2011

Restricciones al comercio de cine (2)

Ayer hablaba de la controversia legal entre la exigencia en Cataluña de distribuir películas en catalán, y la normativa de la UE vinculada a la libre movilidad de servicios (también los de cine). Y justo ayer por la tarde leí una crítica a un libro (How many languages do we need? de Victor Ginsburgh y Shlomo Weber) que aborda una cuestión similar y sus implicaciones económicas. Publicada en la revista Finanzas & Desarrollo, aquí están algunos párrafos de la crítica que realiza Henry Hitchings sobre este complicado tema:
Por lo general, se presume que la disminución del número de idiomas mejora la eficiencia. Aunque nadie sabe con exactitud cuántas lenguas vivas hay, la cifra estimativa es apabullante: entre 6.000 y 7.000. Pero la mitad de la población mundial tiene como primer idioma una lengua de un grupo de apenas 11.


[En el libro objeto de esta crítica] la sección que más invita a la reflexión es la última: un estudio práctico de la política lingüística de la Unión Europea. Es aquí donde se abordan más directamente las cuestiones prácticas y los autores más se acercan a responder a la pregunta que sirve de título a su obra: ¿Cuántos idiomas necesitamos?


Cada año, la Unión Europea gasta más de mil millones de euros en traducción e interpretación. El personal de esos dos departamentos representa una décima parte del personal de la Comisión Europea.


Ginsburgh y Weber están en lo cierto al afirmar que es difícil mantener un equilibrio entre las políticas que promueven la eficiencia y las que respetan las tradiciones culturales, y sugieren que sería razonable que la Unión Europea adoptara seis idiomas de trabajo: alemán, español, francés, inglés, italiano y polaco.


La reforma lingüística de la Unión Europea requiere colaboración y eso apunta a una dimensión fundamental de este libro. El “nosotros” de su título en el original inglés, ¿qué significa realmente? El pronombre proclama y reclama mancomunión. Pero también evoca solidaridades, lazos y prioridades muy dispares. En todo debate sobre el idioma (o la política), esa mancomunión es difícil de alcanzar, como lo muestra claramente esta obra.

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