miércoles, 21 de diciembre de 2011

Lo que enseñamos... y lo que decimos

Dani Rodrik:

Si un periodista pregunta a un profesor de economía si es un bueno para el país establecer relaciones de libre comercio con el país X o Y. Estamos seguros que el economista, como la gran mayoría de los de su profesión, le dirá entusiasta que apoya la idea de libre comercio entre dichos países.
Ahora dejemos que el periodista entre encubierto como estudiante en el seminario universitario avanzado sobre Teoría del Comercio Internacional. El “estudiante” va hacer la misma pregunta: ¿“Es bueno el libre comercio”? No creo que la respuesta sea tan rápida y sucinta esta vez. De hecho, es probable que el profesor se quede desconcertado por la pregunta. ¿“A qué se refiere con bueno”?, preguntará. ¿“Y bueno para quién?”
Entonces, el profesor dará una larga y tormentosa exégesis que finalmente culminará en una afirmación muy condicionada: “Así pues, si la larga lista de condiciones que acabo de describir se cumple, y suponiendo que podamos cobrar impuestos a los beneficiarios para compensar a los perdedores, el libre comercio tiene el potencial de acrecentar el bienestar de todos.” Si quisiera profundizar, el profesor podría añadir que el efecto del libre comercio en la tasa de crecimiento de una economía no es claro, y que depende de un conjunto de requisitos totalmente distintos.
Una afirmación directa e incondicional sobre los beneficios del libre comercio se convirtió ahora en una aseveración adornada con todo tipo de peros. Extrañamente, el conocimiento que el profesor imparte voluntariamente con gran orgullo a sus estudiantes de posgrado se considera inapropiado (o peligroso) para el público en general.
La enseñanza de economía a nivel de licenciatura tiene el mismo problema. En nuestro afán por mostrar las perlas de la profesión en una forma pulcra –la eficiencia de los mercados, la mano invisible, las ventajas comparativas- nos alejamos de las complicaciones y matices del mundo real, que han sido reconocidas por la disciplina. Es como si los cursos de introducción a la Física asumen un  mundo sin gravedad porque de esa manera todo es mucho más simple.
Aplicada apropiadamente y con una buena dosis de sentido común, la economía nos habría preparado para una crisis financiera y llevado por la dirección correcta para arreglar las causas. Sin embargo, la economía que necesitamos es como la del curso de seminario y no una de normas generales. La economía puede reconocer sus limitaciones y sabe que el mensaje correcto depende del contexto.

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