En resumen, lo más destacado de su artículo, para mí:
No solo la demanda interna sigue débil, sino también las exportaciones, que hasta ahora han sido prácticamente la única fuente del crecimiento.
Las exportaciones de bienes parece que se han frenado en seco, aunque aún prosigue la fuerte recuperación del turismo. El empleo sigue cayendo, los salarios aumentan por debajo de los precios y las prestaciones sociales por desempleo disminuyen, todo lo cual hace que el consumo de los hogares no despegue. Por su parte, el gasto público en consumo y sobre todo en inversión se está recortando notablemente. El mercado de la vivienda sigue peligrosamente a la baja, destruyendo empleo y provocando pérdidas crecientes a las entidades financieras. El nuevo empeoramiento de los mercados financieros hace que dichas entidades no pueden refinanciar su deuda (emisiones de los años anteriores), con lo que disminuyen los recursos prestables. El escaso aumento del crédito total del sistema va a financiar los elevados déficit de las administraciones públicas, con lo que la financiación al sector privado no financiero, especialmente a la pequeña y mediana empresa, se reduce notablemente. En este ambiente de falta de demanda, de pobres expectativas y de escasez de crédito, la inversión de las empresas se hace imposible y, con ello, la creación de empleo.
Así pues, las previsiones apuntan a que el PIB español prácticamente se estanque en los dos trimestres que quedan del año.
El corolario más negativo es que con estos crecimientos del PIB no se crea empleo.
La inflación es lo que podría ir a mejor, pues si la economía mundial sigue perdiendo ritmo, los precios del petróleo y otras materias primas deberían descender significativamente, lo que supondría una ganancia de poder adquisitivo para los exhaustos bolsillos de las familias.
Siento darles estos malos augurios, pero créanme, mis colegas me dicen que esta vez estoy bastante optimista.
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