jueves, 22 de octubre de 2009

¡Brasil!

Brasil es un o de los países que mejor está sorteando la crisis. Además los analistas le prevén un futuro muy prometedor, entre otras cosas por los Juegos Olímpicos que tendrán lugar en Río de Janeiro. Con estos antecedentes, el gobierno brasileño ha adoptado una medida muy atípica, como nos explica en detalle en Cinco Días. Yo destaco los siguientes párrafos:
[Brasil va bien] (...) y los inversores lo saben y sólo este año, pese al castigo de ayer, la Bolsa brasileña ha subido un 74,3%, mientras que el real se ha apreciado un 24,5% frente al dólar.

Pero la entrada masiva de divisas extranjeras tiene su lado negativo, algo de lo que, en los últimos años, ha podido dar fe Islandia. Las autoridades brasileñas quieren frenar esta euforia compradora con un impuesto que disuada al inversor extranjero. El objetivo es evitar la creación de burbujas especulativas, así como una apreciación indeseada de la divisa que ponga en jaque las exportaciones del país, una de sus fuentes de crecimiento.

Por ello, desde ayer todo el capital extranjero que entre en Brasil a través de la Bolsa o la renta fija tendrá que pagar un impuesto del 2% por el importe de la inversión.

El gobierno anunció que las inversiones extranjeras directas [inversiones a largo plazo que tienen por objeto el control de una empresa] quedarán exentas para "proteger la producción nacional, incentivar la vuelta de inversiones y preservar el empleo".
Se deduce que hay temor del gobierno brasileño hacia los inversionistas (bancos y otros agentes). Algo así, de manera muy fuerte, indica Martin Wolf en el Financial Times (ni él, ni el periódico son sospechosos de ser enemigos de los banqueros):
Policymakers hardly want to declare that, thanks to their efforts, the surviving bankers will be buying palaces, while humbler folk worry about their jobs and homes, and face decades of fiscal austerity. Watching financiers – beneficiaries of the most generous public rescue in history – returning to their old ways is the cause not so much of envy as sullen resentment. Why, many wonder, should the rigours of the market apply most brutally to those innocent of causing the catastrophe?

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