La relación entre la política de una nación y sus perspectivas económicas es una de los temas más importantes –y más estudiados– de todas las ciencias sociales. ¿Qué es mejor para el crecimiento económico? ¿Una mano rectora y fuerte que esté libre de las presiones de la competencia política o una pluralidad de intereses en competencia que fomenta la apertura a nuevas ideas y nuevos protagonistas políticos?
Los ejemplos del Asia oriental (Corea del Sur, Taiwán, China) parecen indicar lo primero, pero entonces, ¿cómo podemos explicar que casi todos los países ricos, excepto los que deben su riqueza tan sólo a recursos naturales, sean democráticos? Debería la apertura política preceder –y no seguir– al crecimiento económico.
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Aun así, Rusia y China son economías grandes y potentes. Sus ejemplos pueden hacer creer a los dirigentes de otros países que pueden aspirar al ascendiente económico sin dejar de apretar las tuercas a la oposición política interna.
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Para ver verdaderas superpotencias económicas prometedoras, debemos dirigir la mirada a países como el Brasil, la India y Sudáfica, que ya han hecho sus transiciones democráticas y no es probable que puedan retroceder al respecto. Ninguno de esos países está exento de problemas, desde luego.
El resto, aquí.
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